Capítulo 1 – El hombre invisible
El despertador marcó las seis en punto. Adrián Montes abrió los ojos sin prisa. No necesitaba madrugar, pero había convertido la rutina en disciplina. La habitación era simple: paredes blancas, muebles de madera clara, nada que llamara la atención. Solo un reloj suizo de edición limitada descansaba dentro del cajón de la mesita de noche, guardado como un secreto.
Se puso una sudadera gris sin logotipos y bajó al parque a correr. Saludó con una inclinación de cabeza a la portera. Ella lo conocía como “el señor Montes, tranquilo, educado, que siempre paga puntual el arriendo”. Nunca imaginó que detrás de esa fachada ordinaria se escondía el dueño silencioso de consorcios que movían más dinero en un mes del que ella vería en toda su vida.
Adrián avanzó entre la brisa fría de la mañana, midiendo la respiración. Observaba a la gente sin ser observado. Ese anonimato era su escudo más valioso.
De regreso al apartamento preparó café en una cafetera modesta. Sobre la mesa reposaba un maletín de cuero negro. Por fuera parecía común, por dentro contenía la verdad: contratos con firmas electrónicas, memorandos clasificados, llaves de acceso a cuentas en Suiza, Hong Kong y Dubái. Cada documento era una pieza del engranaje de un imperio que había construido con paciencia y precisión quirúrgica.
Su teléfono sonó. La pantalla mostró un nombre: Ramos, Director General #5. Adrián no contestó. Dejó que la vibración se apagara.
Algo Pasaba por su mente..
En ese mismo momento, en un piso 34 de un rascacielos de vidrio, Ramos firmaba un contrato con manos temblorosas y una sonrisa fingida. “Él nunca lo sabrá”, se convenció mientras sellaba el acuerdo con un apretón de manos a un socio extranjero.
Al anochecer, Adrián abrió el buzón del edificio. Dentro había un sobre blanco, sin remitente. Lo llevó hasta su sala, encendió la lámpara de pie y rasgó el papel con cuidado.
Fotografías en blanco y negro cayeron sobre la mesa: Ramos reunido con desconocidos, documentos siendo firmados, maletines entregados bajo la mesa de un restaurante. Pruebas claras de traición.
Adrián permaneció inmóvil durante un largo minuto. El silencio se quebró con una frase seca:
—Es una pena que haya decido tomar ese camino, quiza les di mucho margen a mis lacayos, deberia darles una visita a todos, ya me estaba aburriendo de esta vida, aunque no me arrepiento.
Cerró el sobre y lo deslizó dentro del maletín. Aquella noche, el hombre invisible dejó de ser un espectador.
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